domingo, 14 de agosto de 2011

Job: El paradigma de los que sufren

Job, paradigma de los que sufren, habiendo alcanzado la cima del prestigio y una posición muy acomodada para su tierra y su tiempo, atraviesa de forma súbita y sucesiva por la pérdida de la totalidad de sus bienes materiales, incluyendo la muerte de sus empleados, luego la muerte de sus diez hijos, y la pérdida de la salud al sobrevenirle una enfermedad descrita como “sarna maligna”, que cubrió todo su cuerpo. Posteriormente se agregó la incomprensión de su mujer, y quizás el abandono, por lo menos temporal. Finalmente sufre también la incomprensión primero, y luego la reprensión y abierta condena de tres amigos suyos, que habían venido a él con el propósito de “consolarle”.

Es un drama cósmico. Satanás desafía a Dios; afirma que la piedad sincera del ser humano, representado por Job, es producto de la prosperidad, fama, salud y felicidad. Es una fe interesada, una religión de conveniencia. Dios autoriza a Satanás a causar toda clase de aflicciones a Job (todos los reveses ya mencionados). Luego Satanás desaparece definitivamente de la escena. Dios también se ausenta, y solo reaparecerá al final.

Job entonces queda solo, como un pobre mendigo enfermo. Su firmeza en la fe, que se había manifestado al principio al decir:
“Jehová dio y Jehová quitó. ¡Bendito sea el nombre de Jehová!”, y:“¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (1:21; 2:10),
comienza a resquebrajarse:
“Perezca el día en que yo nací”; “¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre?” (3:3,11).
Job siente que está en una situación que siempre le había dado miedo, en un lugar que nunca hubiera querido ocupar:
“me ha venido aquello que me espantaba, me ha acontecido lo que yo temía” (3.25).
El sufrimiento es intenso, y no se vislumbra una solución; tan desesperante es su situación, que desea la muerte:
“agradara a Dios destruirme, que soltara su mano y acabara conmigo” (6:9).
Vemos que su fe continúa resquebrajándose: le pide a Dios la muerte; parece no creer que Dios pueda darle otra cosa. Es que en realidad, él cree que Dios es el responsable de lo que le ocurre:
“¿Cuándo apartarás de mi tu mirada y me soltarás para tragar siquiera mi saliva? Aunque haya pecado, ¿qué mal puedo hacerte a ti, Guarda de los hombres?” (7.19, 20).
Un poco antes en este capítulo encontramos una referencia a su enfermedad de la piel:
“Mi carne está vestida de gusanos y costras de polvo; mi piel hendida y abierta, supura” (7:5).
El Job firme como una roca, que aguanta la desgracia estoicamente según nos enseñaron a creer, en realidad ya no lo soporta más y se desahoga exclamando:
“no refrenaré mi boca, sino que hablaré en la angustia de mi espíritu y me quejaré en la amargura de mi alma” (7:11).

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