Una de las causas del atraso en nuestro continente, aparte de la corrupción, la injusticia, la explotación, y la violencia, entre otras cosas, es la holgazanería. El holgazán quiere vivir bien y no trabajar. Cuando el holgazán es sofisticado, se convierte en profesional de la holgazanería; aparenta estar trabajando y habla copiosamente de sus tantas ocupaciones y las grandes responsabilidades que pesan sobre sus callosos hombros laborales. Espera que lo respeten, y hasta que lo admiren. Así que, además de holgazán, es quimérico y mitómano. Por eso cuando le solicitan hacer algo, responde que no tiene tiempo.
En el mundo de las abejas, este individuo se llama zángano. Es más robusto y de antenas más largas que las obreras, pero no tiene aguijón. Es decir, aparte de fecundar, es un completo inútil.
El problema de los holgazanes es viejo. Hasta existió en la iglesia cristiana en los puros inicios. Por eso, en su segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo dedica un párrafo entero a los vagos (3:6–14). El asunto es tan serio que Pablo dice “el que no quiera trabajar, que tampoco coma.”
El mérito de estos vagos radica entonces en que entendieron un asunto teológico y fueron radicalmente consecuentes con éste. Si la venida de Cristo está a la vuelta de la esquina, es inútil trabajar. Así, como se trata de algo que entendieron mal, lo que tienen entonces no es un problema volitivo ni actitudinal, sino teológico. Y la mala teología se corrige con buena teología. Por eso Pablo les escribe.[1]
Milton Acosta
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