El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el vocablo “bocón”, en su segunda acepción, como la persona “que habla mucho y echa bravatas.” Es decir, por vía de la figura retórica conocida como metonimia, se toma el efecto por la causa y se traslada la cantidad de palabras al tamaño de la boca. Nada tiene que ver una cosa con la otra, pues cualquier individuo de boca técnicamente pequeña, entenderá que si le dicen “bocón”, no será por su foto de Facebook.
Eso mismo debió de entender Edom cuando el profeta Abdías le dijo: “No seas tan bocón” (v.12c). Pero, las versiones de la Biblia toman la boca grande de la que habla Abdías como “arrogancia”. Es decir, los traductores determinaron que el engrandecimiento de la boca se refería a la arrogancia. O sea que realizaron el trabajo inverso del escritor sagrado y deshicieron así la poesía.
Los traductores de la Biblia, entonces, no vieron la boca sino la arrogancia. Pero con la pérdida de la boca hay una pérdida en el impacto visual y retórico del texto sagrado. Es decir, es más ofensivo decirle a alguien bocón que arrogante. Arrogante es palabra de gente inofensiva. Haga la prueba y verá. Pero tenga cuidado, podría ser peligroso; lo podrían dejar a usted sin dientes y sin quién sabe qué más. No hay mucha gente dispuesta a participar en estos experimentos retóricos metonímicos.
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